Relato corto



La Luna, en su misterioso resplandor nocturno, era una chica soñadora. Sus cabellos plateados se entrelazaban con los rayos estelares, y sus ojos reflejaban la vastedad del universo. Caminaba descalza sobre las nubes, dejando huellas de polvo de estrellas a su paso.

Era una chica que anhelaba explorar más allá de su órbita, más allá de las constelaciones familiares. Leía los secretos escritos en los cráteres de la Tierra y suspiraba por descubrir lo que yacía más allá de la esfera celeste.

En las noches más claras, cuando la Tierra dormía, Luna se asomaba a las ventanas de los soñadores. Observaba sus sueños, sus esperanzas y sus anhelos. A veces, sus lágrimas se confundían con la lluvia de meteoritos, y sus risas resonaban como ecos en el espacio infinito.

Luna era una chica que sabía que su luz era prestada. Cada noche, se recargaba con los rayos del Sol, y su brillo se esparcía por el mundo, guiando a los navegantes, inspirando a los poetas y acariciando los corazones de aquellos que miraban hacia arriba.

En su viaje celestial, Luna también aprendió sobre la igualdad. Observó cómo las estrellas brillaban sin distinción de tamaño o brillo. Vio cómo los planetas giraban en armonía, sin importar su posición en el sistema solar. Y comprendió que, al igual que los cuerpos celestes, los seres humanos también debían coexistir en igualdad y armonía.

Así que Luna decidió ser una embajadora de la igualdad. Iluminaba las noches de todos por igual, sin importar su origen, género o creencias. Y cuando alguien miraba hacia arriba y veía su luz, recordaba que todos compartimos el mismo cielo y la misma humanidad.

La Luna, en su eterno viaje, nos enseña que la igualdad no es solo un ideal, sino una realidad que debemos abrazar. Y así, cada noche, cuando mires hacia arriba y veas su luz, recuerda que también eres parte de este vasto universo y mereces igualdad y respeto.

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